Masa Madre
En el escenario: una pequeña cajonera, un sillón amarillo y en él, una acogedora mantita. De fondo, un ciclorama cuyo perímetro dibuja una casa. A un costado se adivina un estirado tripié y en él una videocámara.
Cuando ocupo mi butaca, sonrió. Se siente bien llegar al teatro bien acompañada, esperanzada por ver a una actriz que admiro no solo por su trayectoria, sino por su probada sensibilidad y profesionalismo.
“Abigail Soqui”, vi el cartel y supe que quería verla, escucharla, dejarme llevar por la singular precisión de sus movimientos, de sus gestos, de su voz, de esa palabra que suena rontunda porque sabe, en el tiempo correcto, guardar silencio, o gritar, o murmurar.
Sabía que me gustaría ver a Abigail, pero no sabía qué tanto me gustaría la dramaturgia, el tema, la construcción de la trama, las palabras que del papel pasan a los labios, a las manos, a los pies y de ahí saltan y asaltan al corazón del espectador.
Y no es que dudara de la habilidad de Daniela Arroio, la autora, dudaba de mi propia habilidad para entrarle al tema: “¿Y si es otro de esos monólogos sacalágrimas que te rompen, alevosamente, la madre?”. “¿Y si no aguanto vara y me tengo que salir del teatro como alguna vez me salí del cine perseguida por la culpa?”. “¿Y si esta vez no me gusta y no puedo evitar poner mi cara de fuchi?”.
Tan pronto comenzó la obra, cayeron todos mis telones. Me entregué a acto cocreador de espectar sin juzgar, de reír y sonreír, de espejearme, de sentirme a través del cuerpo de quien en escena fue, a un tiempo, casi todas las madres.
Abigail Soqui sabe su oficio y lo ejerce con total honestidad, ella misma se desdobla, presta su propia maternidad para llevarnos de la mano, del pie, de los cabellos, hasta el mismísimo acto de parir.
Ahí, gusto ahí, el texto de Arroio hace su magia y me atrapa por completo. Fue como asistir a mi propio nacimiento, y con él, al nacimiento de mi hija, pero también de mi madre, y mi abuela y de todas las abuelas de la humanidad toda.
Da gusto ir al teatro cuando el texto se acuerpa de forma tan generosa y tan gentil, cuando la producción cuida los detalles al punto de que todo parece a propósito porquetodo juega a favor: la luz, la sombra, los efectos sonoros, la música, las proyecciones en el ciclorama, las frases que lees y acompañan, sin interrumpir, el flujo de lo que se cuenta y también se canta, desde el amor y también desde la rabia.
A veces, cuando voy al teatro, aplaudo porque es lo que toca. Otras, como ésta, aplaudo porque “me” toca, me atraviesa, me confronta, me abraza, me reconoce.
“Masa madre” permite que Abigail Soqui se despliegue, se tuerza, se comprima y se expanda, literal, en el escenario. Y lo hace para contarle a su hijo lo que él significa para ella. Le habla a la cámara como si le hablara a su hijo, y mientras en el ciclorama vemos la proyección del video, nos convertimos en cómplices, en testigos de un amor multiplicado. ¿Es nuestra madre hablándonos a nosotros? ¿Somos nosotras hablándole a nuestro hijo? La respuesta es: ambas.
Sin melodramas ni lugares comunes, “Masa Madre” tiene el tino de una saeta, da en el blanco sin herir, sin rasgar cicatrices.
¿Que si lloré? La verdad sí, pero poquito. Porque la historia del hijo que se rompió el brazo de chiquito y luego otra vez, fue como si supieran mi historia. Sentí el latigazo del recuerdo y ahí, la lágrima que se derrama, que llega hasta la comisura de mi boca y termino por saborear.
Cuando pude abrazar a la actriz, al final de la función, le dije eso: “Gracias, porque mientras estuviste en escena te fui saboreando hasta devorarte”.
“Masa Madre” se presenta todo mayo, en el Teatro 8 de Octubre, los viernes a las 8PM, los sábados a las 12PM y los domingos a la una de la tarde. La entrada es libre y las reservas se hacen a través de este formulario: https://forms.gle/gkauHjY5ghrNh7SJ9
Felicidades al equipo de Nunca Merlot Teatro.
Merecen teatro lleno.
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